Si admitimos que el hombre es el enemigo número uno de la naturaleza. ¿Por qué y para qué va a intentar conservar el mundo natural?. Para responder a esta pregunta es preciso empezar reconociendo que, paradójicamente, la idea de la conservación se encuentra hondamente arraigada en la propia naturaleza humana. Los tabúes, los reglamentos restrictivos, las leyes de racionamiento y la limitación de la autorización para cazar machos a solo ciertas épocas del año son, en realidad, medidas conservativas que tienen sus raíces en la reacción provocada en el hombre de la Edad de Piedra por las consecuencias del excesivo número de piezas cobradas durante el pleistoceno. Las reglas se fueron volviendo más complicadas a medida que el hombre fue adquiriendo mayor destreza en el uso de armas y utensilios cinegéticos. Las zonas de caza se convirtieron en monopolio de determinadas comunidades y estallaron guerras por la posesión de agua, alimentos y yacimientos de minerales.
A través de la historia se presentan diversas evidencias sobre las leyes y normas que se desarrollaban para conservar sus animales, por ejemplo los reyes normandos de Inglaterra promulgaron leyes reguladoras de la caza en los bosques, con objeto de disponer siempre de un número de animales. Los vikingos fijaron ciertas normas en relación con la caza de aves; en las Hébridas, Faraones e Islandia se delimitó la duración de las temporadas de veda y de caza, así como el tamaño de las piezas que podían cobrarse. Estas normas fueron precursoras de las modernas leyes de caza y pesca, y de la creación de parques y reservas nacionales. Por ello, la idea de conservación del ambiente y los recursos naturales, son de larga data.
No obstante, siempre ha existido una pugna entre el deseo de conservar las especies útiles y la codicia: una batalla entre nuestro "lado bueno", que desea proteger a los seres vivos, no sólo por su utilidad sino también por su belleza, y nuestro "lado malo" que mata la piedad, bien sea para explotar una fuente de recursos o utilizando el deporte como pretexto. Por ello, debemos pensar lo queremos hacer con la naturaleza, por cuanto debemos marchar hacia la conservación de nuestro ambiente y sobre todo enseñar desde las escuela su importancia para la vida humana.
A través de la historia se presentan diversas evidencias sobre las leyes y normas que se desarrollaban para conservar sus animales, por ejemplo los reyes normandos de Inglaterra promulgaron leyes reguladoras de la caza en los bosques, con objeto de disponer siempre de un número de animales. Los vikingos fijaron ciertas normas en relación con la caza de aves; en las Hébridas, Faraones e Islandia se delimitó la duración de las temporadas de veda y de caza, así como el tamaño de las piezas que podían cobrarse. Estas normas fueron precursoras de las modernas leyes de caza y pesca, y de la creación de parques y reservas nacionales. Por ello, la idea de conservación del ambiente y los recursos naturales, son de larga data.
No obstante, siempre ha existido una pugna entre el deseo de conservar las especies útiles y la codicia: una batalla entre nuestro "lado bueno", que desea proteger a los seres vivos, no sólo por su utilidad sino también por su belleza, y nuestro "lado malo" que mata la piedad, bien sea para explotar una fuente de recursos o utilizando el deporte como pretexto. Por ello, debemos pensar lo queremos hacer con la naturaleza, por cuanto debemos marchar hacia la conservación de nuestro ambiente y sobre todo enseñar desde las escuela su importancia para la vida humana.